Autores: Lic. María Daniela Rainieri
Lic. María Dolores Fernández Pazos
Centro de Información Nutricional de la Carne de Pollo
(CINCAP) – Argentina
Las enfermedades cardiovasculares constituyen la principal causa de morbimortalidad dentro del grupo de las llamadas Enfermedades Crónicas No Transmisibles. Asimismo, y al menos hasta la pandemia por COVID-19, la Organización Panamericana de la Salud afirmaba que cada año morían más personas por enfermedades cardiovasculares que por cualquier otra causa. Más de tres cuartas partes de las muertes relacionadas con cardiopatías y accidentes cerebrovasculares ocurren en países de ingresos medianos y bajos.

¿Qué son las enfermedades cardiovasculares (ECV)?
Las ECV son un grupo de afecciones del corazón y de los vasos sanguíneos que se producen por distintas causas. Las más prevalentes son:
- Enfermedad coronaria: por compromiso de las arterias que nutren el corazón. Ej.: infarto de miocardio o angina de pecho.
- Enfermedad cerebrovascular: por obstrucción o sangrado de una arteria. Ej.: accidente cerebrovascular (ACV).
Ambos daños pueden ser transitorios o permanentes.
Según los últimos datos publicados por la OPS, en 2016 la mortalidad por enfermedad isquémica del corazón en América Latina fue de 87,9/100.000 habitantes, a lo que se suman las muertes por enfermedades cerebrovasculares, las cuales alcanzaron a 43,4/100.000 habitantes.
Factores que predisponen al desarrollo de ECV
Existen numerosos factores de riesgo, muchos de los cuales se pueden prevenir, eliminar o controlar. La hipertensión arterial, enfermedades metabólicas como la Diabetes Mellitus, la obesidad y las dislipemias constituyen los principales factores de riesgo metabólicos. Su desarrollo es, en muchos casos (sino en la mayoría), consecuencia de la presencia de factores de riesgo propios del estilo de vida de las personas, tales como tabaquismo, falta de ejercicio físico, estrés crónico y alimentación no saludable. El riesgo de padecer ECV aumenta por una alimentación poco saludable, la cual se caracteriza por un bajo consumo de frutas y verduras, y un consumo elevado de sal, azúcares y grasas. Una alimentación poco saludable contribuye a la obesidad y el sobrepeso, al desarrollo de hipertensión arterial y de dislipemias, los cuales a su vez son factores de riesgo para las ECV.
Asimismo, la inactividad física es un factor de riesgo clave para la aparición de las ECV. Las personas que no hacen actividad física suficiente tienen entre un 20% y un 30% más de probabilidades de morir prematuramente que aquellas que hacen actividad física suficiente.

Por su parte, la exposición a productos derivados del tabaco sería responsable del 10% de todas las muertes ocasionadas por ECV.
Los cambios terapéuticos del estilo de vida, constituyen la piedra angular de la prevención y una parte fundamental del tratamiento de estos problemas de salud, siendo la alimentación saludable uno de sus principales componentes.
Importancia del consumo controlado de sodio y grasas para la prevención de las ECV
El sodio es un mineral presente en forma natural en todos los alimentos. La principal fuente de sodio en la alimentación cotidiana es la sal común o de mesa. Además, el sodio es utilizado ampliamente como aditivo de alimentos procesados.
La relación entre consumo de sodio y presión arterial ha sido muy estudiada. Se observa que a mayor consumo de sodio, mayor posibilidad de desarrollar hipertensión arterial. A la inversa, la disminución del consumo de sodio se traduce en disminución de la presión arterial.
La presión arterial es la fuerza que ejerce la sangre al circular por las arterias. Las arterias son los vasos sanguíneos que llevan sangre desde el corazón hacia el resto del cuerpo. Se habla de presión arterial alta o hipertensión arterial, cuando la presión es mayor o igual a 140/90. Si la hipertensión arterial no se controla pueden desarrollarse complicaciones graves a nivel de los ojos, el cerebro, el corazón, los vasos sanguíneos y los riñones. La hipertensión arterial no suele presentar síntomas, por lo que se dice que es una condición “silenciosa”.
Por su parte, el consumo excesivo de grasas, particularmente de aquéllas de tipo saturado y trans, es uno de los principales factores de riesgo para el desarrollo de dislipemias.

Las dislipemias son un grupo de alteraciones de los lípidos (grasas) normalmente presentes en la sangre, sobre todo triglicéridos y colesterol. La elevación de estas grasas en la sangre constituye un riesgo para la salud y predispone al desarrollo de enfermedades cardiovasculares.
Aunque evitar excesivas cantidades de grasas en la alimentación es importante, el énfasis debe estar puesto en controlar la calidad de las mismas. Las personas no deberían consumir más del 30-35% de su requerimiento de energía a través de los lípidos, siendo esto válido tanto para la prevención como el tratamiento de las ECV. Las grasas saturadas, presentes por ejemplo en los lácteos enteros, los cortes grasos de carne y la piel del pollo, y las trans de origen industrial, presentes principalmente en alimentos con alto grado de industrialización y en las frituras, deben limitarse tanto como sea posible, priorizando la incorporación de grasas saludables (insaturadas), como aquéllas predominantes en los frutos secos, semillas, aceites vegetales, y carne de pollo. Éstas ayudan a disminuir las partículas de colesterol LDL (colesterol dañino) sin modificar el colesterol HDL (partículas beneficiosas).

Con respecto al colesterol, algunas guías aún recomiendan una ingesta diaria menor a 300mg/día, pero en las más actuales se considera que la disminución de grasas saturadas estaría acompañada espontáneamente por una menor ingesta de colesterol, con lo cual no sería necesario contabilizarlo. Se recomienda una alimentación completa y variada, rica en frutas, verduras, cereales integrales y legumbres, frutos secos, aceites vegetales, lácteos descremados, huevo y carnes magras como la carne de pollo.
Otros cambios en el estilo de vida para la prevención de las ECV
La práctica regular de actividad física produce efectos favorables sobre los distintos factores de riesgo. Se recomienda realizar al menos 30 minutos de actividad física diaria o 150 minutos semanales, intentando combinar ejercicios aeróbicos (bicicleta, caminata, natación) con ejercicios de resistencia muscular y flexibilidad. Asimismo, la cesación del consumo de tabaco es fundamental: el tabaco afecta el perfil lipídico y modifica la categoría de riesgo.
Lugar de la carne de pollo en tanto en la prevención de las ECV como en la alimentación de personas con ECV establecida
La carne de pollo es magra por excelencia, ya que el 70% de su contenido total de grasas se encuentra en la piel y en un panículo adiposo abdominal, todo ello fácilmente removible en forma manual antes de la cocción. El resultado es una carne que además de ser magra es de alta densidad nutricional. La pechuga de pollo sin piel es uno de los cortes de carne más magros que existen en el mercado, con un contenido graso por porción de sólo 2 gramos, lo que equivale a cubrir apenas el 3% del requerimiento total de grasas diario para un adulto tipo. Aunque el contenido de grasas de la pata-muslo es levemente superior, sigue siendo muy bajo en términos absolutos.
Además del bajo contenido de grasas, la calidad de las mismas es óptima. Las grasas insaturadas (saludables) predominan por sobre las saturadas (no saludables), en una relación 2:1. Se destaca particularmente el aporte de ácidos grasos monoinsaturados de la familia de los omega 9 (del mismo tipo de los que se encuentran en alimentos como las aceitunas, aceite de oliva y palta), los cuáles constituyen la tercera parte del total de ácidos grasos presentes en la carne de pollo.
En cuanto al aporte de grasas saturadas, el mismo es marginal. En promedio, una porción de carne de pollo cubre tan sólo el 6% del consumo diario máximo recomendado de grupo de ácidos grasos. Incluso, en casos de restricciones estrictas al consumo de grasas saturadas, que limitan las mismas a no más del 5% de la energía total de la alimentación diaria, la carne de pollo cubre, en promedio, poco más que la décima parte de dicha recomendación, por porción.
Por otra parte, el pollo fresco es un alimento naturalmente bajo en sodio. Una porción de pollo de 150 g (por ej., un muslo mediano o ½ pechuga grande) aporta sólo el 5% de la ingesta diaria máxima de sodio recomendada por la Organización Mundial de la Salud, establecida en 5 g. Además, es un alimento rico en potasio, nutriente vinculado con efectos beneficiosos sobre la presión arterial, y por lo tanto, con menor riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares. El consumo de potasio mínimo sugerido por la Organización Mundial de la Salud para alcanzar estos beneficios para la salud es de 3510 mg diarios, de los cuales 1 porción de carne de pollo cubre el 14%, equivalente a la cantidad de potasio que aporta 1 banana grande o 1 porción de brócoli o 1 zanahoria mediana.
Como beneficios adicionales, la carne de pollo es rica en proteínas de alto valor biológico, 100% aprovechables por el cuerpo por tener todos los aminoácidos esenciales, y contiene numerosas vitaminas y minerales, haciendo un aporte destacado de 8 de ellos. Por lo tanto, la carne de pollo es parte de una alimentación saludable para todas las personas, incluidas aquellas con hipertensión arterial, dislipemias o enfermedad cardiovascular establecida.

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